AMOR VERDADERO,
VERDADERO AMOR
Rafael
Dominguez Aguilar
Por fin
escapo. Dios ¡qué sufrimiento! Parezco una nívea loca de cabellos enredados al
viento. Llevo tantos años encerrada en este minúsculo habitáculo que he perdido
la noción del tiempo ¿Por qué me escondo? ¿De qué huyo? ¿Qué es lo que temo?
¿Entré yo o me introdujeron? Parece que en vez de estar escribiéndole a él, me
escribiese a mí misma. Así, en esta carta tan extraña, que le envío a él pero
que me dirijo a mí, intentaré arrancar respuestas. Intentaré arrancar lamentos.
Me
turba reconocer abiertamente que no me interesaba el amor. No es que lo buscara
y no lo encontrara. No es que lo ansiara y me rechazara. No creía en su
existencia, quizá no deseaba su existencia. Sí, ahora creo que era ese maldito
anhelo el que cuidaba mi desvelo. Me produce consternación porque esta
declaración, pronunciada en aquel entonces, descubría que quien sentía era
víctima de la distorsión y también de la generalización: un ser sin corazón
para amar, para enamorarse de otra persona, es lo que se piensa cuando se rompe
el amor. Y si a quien dejas sientes que abandonas, refuerzas tu opinión que no
merece más amor alguien que traiciona. ¿Quién no sabe en esta vida la traición
tan conocida que nos deja un mal amor?
No
me causaba dolor hablar de tamaña exageración porque decía no sentir. Sólo me
acompañaba una certidumbre gélida, un vacío desnudo, objetivo y ausente.
No
siempre fue así, pero en aquel entonces lo era. La persona que creía en el Amor
por encima de todo, en la entrega absoluta, ya no existía. Quedó encerrada en
el hermético, lejano, inaccesible, perdido pasado. Ya era una persona diferente
a la que yo soy aquí y ahora. Porque es más fácil renunciar que esperar que el
destino cambie tu vida y la dote, nuevamente, de magia. De magia desigual, con
magos diferentes.
Los
recuerdos aparecen como claves para comprender lo que pasó. Recuerdo que amé y juré
amor eterno... Siempre juras amor eterno. Siempre. Una. Dos. Tres veces… Es tan
fuerte el amor pero ¿qué es el amor?
Recuerdo
que deserté y volví a hacer voto pensando que ya había jurado y roto mi
juramento. Comprendiendo en ese momento que quien rompe una promesa ya solo es
culpable y ya no valen sus juramentos. Así se desvaneció todo, aquí creí perder
para siempre mi corazón. Me quedaba el dolor, como siempre, y lo conjuré a modo
de relato. Dije: me arranco este sentir y lo lanzo sobre el papel. Y el conjuro
sentí que surtió efecto, los sentimientos se derramaron con fuerza fuera de mí,
convirtiéndose en burdas hileras de letras. Ya no sufrí. Como una maldición me
poseyó el vacío lleno de ausencia y frialdad.
—Sentí
que ya no sentía. Sentí que no respondía pero era mi mente quién sufría y me
hacía ver otra realidad con tal de no quererte —escribí.
Mi
propósito era ser honesta, siempre lo he sido a pesar del juramento, pues
cuando lo hice también creía en él. Debo también ser honesta contigo, lector,
aunque me atenace el temor de perder tu atracción y así no poder lograr impedir
que tú repitas mis errores y mi tormento. Recuerdo haberle escrito:
—Doy
gracias por tus palabras, tus miradas y tus sonrisas; gracias por tu entusiasmo
en nuestros excéntricos y soñados proyectos; gracias por tu ternura, tu
serenidad, tus atenciones; no sé qué pasará ahora, pero doy gracias por haberte
podido encontrar y compartir contigo tan mágicos momentos…
Y si recuerdo todo esto que plasmé,
ahora pienso: ¿no era eso que escribí la definición del amor eterno? Y si no lo
era ¿al menos no se acercaba al amor perfecto?
Al
tiempo mi muerte encontré víctima de la inconsciente tristeza. Y ahora, al
abrir este habitáculo cual tumba profanada por el genio, me dan una oportunidad
de corregir mi tímido empecinamiento. Pero no sé por dónde buscar. No sé si él
ya ha muerto o continúa, doscientos años más viejo, suspirando mi amor por las
cantinas del puerto, con nuestro barco pirata de vela abarloado en el muelle al
refugio de tempestades y testaferros. Pensaré como él:
—Ella
aparecerá —diría contemplando los azules cielos.
—Él
aparecerá —susurro pues al viento y utilizo mi perfume para atraer sus
recuerdos. Recuerdos en los que acaricia mi brazo con sus dedos, besa con
ternura mi cuello, acerca su boca a mi piel y me susurra un “te quiero”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario